A mediados de los años setenta del siglo pasado nos sentíamos seguros frente a las enfermedades infecciosas. Disponíamos de vacunas para virus que habían causado estragos durante siglos -se había erradicado la viruela y el resto de las viriasis se consideraban controladas- y poseíamos decenas de antibióticos eficaces frente a las bacterias. Las infecciones ya no eran un problema y las epidemias, algo del pasado.
Nada más lejos de la realidad: surgió el SIDA, una nueva enfermedad que alteró nuestras vidas, cambiando hábitos sociales y sanitarios. Desde la aparición del SIDA, han surgido varias decenas de nuevas enfermedades que han creado inquietud y alarma entre los investigadores, aunque la aparición de nuevas enfermedades no siempre ha sido bien comprendida fuera del ámbito médico y científico.
En estos días estamos viviendo el drama de la pandemia por COVID-19, una nueva enfermedad que está afectando a nuestra salud, nuestros hábitos sociales y nuestra economía de una forma que nunca podríamos haber imaginado.
En estos momentos de inquietud la sociedad vuelve la vista a aquello que le aporta seguridad: el sistema sanitario, los servicios que proporcionan alimentos y los distribuyen, las fuerzas de seguridad, el ejército…, pero también a la búsqueda de soluciones ante esta enfermedad, fármacos y vacunas, a la investigación.
Estamos ante una oportunidad única de aprender lo que es realmente esencial para nuestra sociedad. Debemos apostar por un sistema sanitario robusto que de respuesta al presente y que esté preparado para un futuro siempre incierto; tenemos que cuidar de nuestro sector primario y de nuestros sistemas de distribución, porque sin ellos no podemos sobrevivir; tenemos que apoyar a nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad, los que garantizan nuestra integridad y nuestra libertad; y la investigación…. es preciso que comprendamos que invertir en investigación en una garantía, un seguro para nuestro futuro.
Salud,
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