Buenas tardes y feliz inicio de semana: 

En esta conversación quincenal hablamos mucho de innovación y siempre traemos propuestas para adaptar la manera de enseñar a la manera de aprender del cerebro humano en desarrollo... Pero una realidad que emerge siempre como incontestable es que el papel del docente (sea más tradicional o más moderno, más cercano o más distante) es lo que marca la diferencia. 

Así que hoy toca hablar de qué y cómo aprenden quienes se van a dedicar a enseñar. Al tiempo que gobierno y sindicatos se reúnen y debaten temas clave (que llevan años sobre la mesa) como horas lectivas, ratios, temarios de grados y oposiciones, posibles mentorías para maestros recién graduados o exámenes de acceso al grado de Educación, es un buen momento para recordar lo que nuestros expertos han investigado sobre cada uno de estos temas.

Las mentorías, por ejemplo, son una manera demostrada de mejorar la incorporación a la profesión de recién graduados, pero no sólo porque para estos maestros inexpertos el ejemplo de otro profesional con años de experiencia sea útil, sino por el vínculo que se genera entre mentor y aprendiz. Este vínculo, describen Fernando Díez y Elena Quevedo, de la Universidad de Deusto, "no solo nutre profesional y personalmente a la persona que comienza, sino también al mentor", suponiendo un apoyo emocional muy necesario en una profesión con un alto índice de riesgo de desgaste. Además, contribuye a crear una "cultura de colaboración" siempre positiva en la docencia. 

Pero es que la colaboración entre los futuros maestros y los maestros en activo se puede iniciar mucho antes de terminar el grado: los proyectos de aprendizaje servicio a lo largo de los cuatro años de estudios universitarios se perfilan como una herramienta poderosa para acercar la teoría a la práctica y ayudar con la diversidad en el aula, como nos explicaron Mercedes Ávila Francés y Jorge Abellán de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Precisamente el bienestar emocional de los docentes es otra de las claves de la mejora de la profesión. Y en este sentido, conviene no olvidar que, aunque las mejoras de condiciones laborales como horas lectivas o número de alumnos por aula sin duda tienen un papel, las claves para evitar este temido "burnout" están también en algo más profundo: sentirse competente, algo que en enseñanza es sinónimo de tener la capacidad y el tiempo para no dejar de aprender. 

Para transmitir el asombro de aprender no hay mejor receta que seguir sintiéndolo. Por eso la formación contínua no puede ser, como nos explicó Juan José Pastor de UNIR, algo poco reconocido que "recae a menudo en el tiempo libre, y la voluntad de actualizarse fracasa a menudo ante la enorme cantidad de tiempo y energía que suponen las tareas burocráticas diarias de informes y expedientes". Lo que es peor, no existe en general una política formativa sistemática. 

Ojalá de estas conversaciones surjan mejoras profundas y duraderas. Muy feliz lunes.

Eva Catalán, editora de Educación