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Artículo destacado:

Ni las serpientes, ni las arañas, ni las casas encantadas, ni los fantasmas, ni las películas de terror. Nada conseguía que S.M., una paciente nacida en 1965 que acudió a consulta con crisis epilépticas, sintiese miedo. El diagnóstico: padecía Urbach-Wiethe, una extraña enfermedad que, entre otras cosas, inducía la formación de depósitos de calcio en la amígdala y dañaba las neuronas de esta estructura cerebral. 

Su anodino cerebro les permitió a Justin Feinstein y a Antonio Damasio, entre otros, demostrar que este área cerebral era la responsable del miedo. Como nos cuenta hoy Diego Redolar Ripoll, de la Universitat Oberta de Catalunya, la amígdala está supervisando constantemente la información que recibimos del entorno en búsqueda de señales de peligro. Y como para nuestros antepasados las serpientes constituían una amenaza, que nos causen pavor estos reptiles, y también las arañas, que nos asusten es un mecanismo de supervivencia. 

Sin la amígdala operativa, cuesta creer que S.M. esté a punto de cumplir los sesenta años. Porque ni siquiera es capaz de identificar expresiones de miedo en rostros ajenos. Todo lo contrario que le ocurre a las personas que sufren ansiedad y cuya amígdala suele estar sobreexcitada, haciendo saltar las alarmas a la mínima de cambio, a partir de estímulos absolutamente inofensivos. 

Salud,