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Artículo destacado:

Misiles Iskander-M, bombas dardo, bombas de racimo, fusiles, fósforo blanco... Son algunas de las armas utilizadas para destruir vidas en guerras como las que en estos momentos se libran en Gaza y Ucrania.

Y como, además de cobrarse directamente vidas, esas armas se usan para hacer saltar por los aires muchas infraestructuras que permiten accedr a agua potable, saneamiento o electricidad, también hacen que las enfermedades infecciosas se disparen.

Sin embargo, los efectos de los conflictos bélicos no acaban ahí. Al destruir hospitales y centros de salud, la contienda dificulta el seguimiento de patologías crónicas como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares que pueden afectar a un número importante de personas. Por un lado, porque se dejan de hacer numerosas pruebas diagnósticas (analíticas y radiología) y de aplicar tratamientos decisivos (quimioterapia oncológica y diálisis). Pero también porque disminuye el acceso a medicamentos esenciales, incluída la insulina de los diabéticos. 

Como consecuencia, las muertes prematuras evitables se disparan cuando la guerra irrumpe. Un exceso de mortalidad que se registra a medio plazo o, en muchos casos, incluso pasa inadvertido. Porque, indudablemente, es mucho más difícil de cuantificar que las muertes por disparos o bombas.

Salud,