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Los teléfonos inteligentes, las tabletas y el resto de dispositivos electrónicos han avanzado en todos los sentidos menos en uno: su esperanza de vida. La principal razón no es otra que la escasa longevidad de las baterías de iones de litio, que cuentan normalmente con una vida útil inferior a las 1000 cargas. O lo que es lo mismo, no suelen durar más de 18 meses.

Las consecuencias no solo las notamos en nuestro bolsillo: anualmente desechamos más de 20 millones de teléfonos móviles, y solo el 17,4 % de los residuos electrónicos que generan se recogen, tratan y reciclan adecuadamente. Como consecuencia, una importante cantidad de materiales no biodegradables y altamente tóxicos, como son el cobalto, el níquel, el manganeso y los electrolitos orgánicos, acaban contaminando los suelos, el aire y el agua. Y dañando a los seres vivos, humanos incluidos, como nos cuenta Erlantz Lizundia, profesor de Ecodiseño y Economía Circular de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.

Lizundia y sus colegas tienen claro que la solución a todos estos problemas solo puede venir de la mano de la tecnología transitoria, es decir, de desarrollar dispositivos que experimenten procesos de degradación controlada tras un periodo de funcionamiento estable, dejando tras de sí residuos inocuos. Ellos mismos han demostrado que es posible creando una batería recargable que combina compostabilidad con un rendimiento electroquímico sobresaliente.

Y ojo, porque su invento podría funcionar hasta 27 años con una carga diaria.

Salud,