El amor, ¡qué enredo! Convengamos que científicamente es un elefante, el primero que según la parábola llegó a una aldea y quedó a cargo de seis sabios ciegos. El que tocó su trompa lo describió como una gruesa serpiente; el que abrazó su pata, como un árbol; el que palpó su oreja, como un abanico… Y así es el amor.

Para la IA, más fuerte que el poder.

Una pendiente de inclinación negativa resulta para los matemáticos el amor. Con gráficas, números y tendencias demuestran que el amor se rompe de tanto usarlo. “Algunas parejas –las de éxito– frenan su caída y se estabilizan en niveles satisfactorios para siempre. Pero una mayoría de relaciones caen parsimoniosamente hasta que entran en un estado de tal malestar que la ruptura es solo cuestión de tiempo”, escriben José-Manuel Rey (UCM) y Jorge Herrera de la Cruz (Universidad CEU San Pablo). Las matemáticas siempre han sido amargas.

La genética no tiene límites. Se han descrito más de 60 genes asociados a ciertas características del amor romántico. Quizá sean más, porque hay 300 genes relacionados con alguna forma de ceguera. Los neurocientíficos señalan docenas de regiones cerebrales implicadas, prácticamente las mismas vinculadas al placer, el apego y también a las adicciones. Un kit de hormonas, el amor.

Para los fisiólogos es claramente una enfermedad: “Taquicardia, aumento de presión arterial, dilatación de las pupilas, sudoración excesiva, insomnio, euforia descontrolada, aparato digestivo trastornado…”, describe Victoria de Andrés (Universidad de Málaga) un desarreglo sin farmacología.

En las termografías que los psicólogos experimentales han hecho a parejas enamoradas, observan que la pasión calienta la cara y el pecho, y que el compromiso enfría las manos. ¡Será posible!

El amor no fosiliza, como no fosilizan las partes blandas de la anatomía. Así que en la evolución de la humanidad es complejo datar quienes fueron el primer Romeo y la primera Julieta. Pero el romance comenzó con el género Homo. Mucho antes de que cantáramos boleros adoptamos la rareza de andar erguidos. Esto hizo la cadera estrecha y el parto difícil con un bebé de cabeza tan grande. Las crías nacen inmaduras y hacen falta dos para cuidarlas. Así, el amor fue una adaptación evolutiva, una ventaja, una necesidad.

Y no es sexo el amor, dicen. Sabemos que somos hijos de la hibridación. La genética puso sobre la mesa que durante siete millones de años de evolución humana –con más de 20 especies confirmadas por el momento–, hubo intercambios genéticos que solo la ficción se atreve a condimentar de amor. Coitos hubo entre neandertales y sapiens, el ADN del humano moderno es un reflejo de sus pasiones, pero los expertos dicen que entre ellos (los últimos) y nosotros (los que quedamos) hubo sexo pero amor, poco.

Quedan zoólogos y etólogos por describir al elefante. Para ellos el amor es monogamia. El topillo de la pradera es uno de los pocos mamíferos que permanecen con su pareja toda la vida, y a menudo sirven como observatorio del amor para los estudiosos. Su imbatible monogamia se conoce por un hecho sentimental: un mes de otoño, hace casi 50 años, Lowell Getz, entonces un joven ecologista de la Universidad de Illinois, comprobó trampas escondidas entre la hierba y los tréboles. Y observó que una de las especies de roedores que capturaba, el topillo de la pradera, se comportaba de manera diferente a los demás. Siempre caían en la trampa en parejas, de macho y hembra. Morían juntos.

Las favoritas de los sabios son las aves. Lo más común entre ellas es la monogamia, practicada por aproximadamente el 92 % de las especies. Grandes rapaces, pingüinos, cigüeñas, loros, guacamayos, palomas y albatros suelen mantener sus parejas durante toda la vida.

Pero no siempre el cielo es romántico. Hay un pajarito pequeño, parecido a los jilgueros, el escribano Smith, rebelde al canon. Las hembras practican lo que se conoce como estrategia poliginándrica, un rarísimo comportamiento que se encuentra en menos del 0,1 % de todas las especies de aves. Se aparean con varios, tiene huevos de machos distintos y abandonan el nido para que ellos se ocupen de la crianza. Para hembras y machos del escribano Smith el amor es libre.

“El amor ahora es turismo. Diciéndole que no al que viene con romanticismo”, canta J. Balvin. Pero incluso para el rey del trap el amor también es ciencia: “Muévete a mi ritmo, siente el magnetismo. Tu cadera con la mía (boom) hacen un sismo”. Un temblor tectónico cuando ella se acerca a su pantalón.

Geología. El amor es pura geología.

Lorena Sánchez

Coordinadora de Cursos y Eventos. Editora de Ciencia y Tecnología

¿Cómo cae una relación de pareja? ¿Cuál es el análisis científico de la caída?

¿Cómo se rompe una pareja? Anatomía matemática de una caída

José-Manuel Rey, Universidad Complutense de Madrid; Jorge Herrera de la Cruz, Universidad CEU San Pablo

¿Cómo se rompe una relación de pareja? Este es el análisis científico de la caída.

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De amores y desamores: no eres tú, es mi sistema límbico

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Una ruptura amorosa puede provocar en nuestro cerebro algo parecido a un síndrome de abstinencia que convierte el desamor en una de las experiencias más traumáticas y desconcertantes.

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Neurociencia del enamoramiento… y de otras adicciones

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Es el cerebro el encargado de elaborar la sensación amorosa. También el que responde al rechazo y genera adicción y dependencias emocionales.

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¡Estoy enamorado! ¿Estoy enfermo?

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Taquicardia, aumento de presión arterial, dilatación de las pupilas, sudoración excesiva, insomnio, euforia descontrolada, aparato digestivo trastornado… No es una enfermedad, sino los síntomas fisiológicos del enamoramiento.

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Frío y calor en el amor y la mentira

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La termografía infrarroja permite saber quién nos miente y también quién nos ama, determinar con objetividad si una persona siente ansiedad o detectar su afinidad ideológica.

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Amor romántico: qué es y por qué existe (de momento)

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Desde la biología, quizás podríamos reproducirnos con cualquier persona disponible sin necesidad de enamorarnos (y del riesgo de sufrir). ¿Por qué entonces nuestra evolución ha creado el amor?

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Entre neandertales y sapiens hubo sexo, pero poco amor

Javier Baena Preysler, Universidad Autónoma de Madrid; Concepción Torres Navas, Universidad Autónoma de Madrid

Neandertales y sapiens compartimos el mundo durante 100.000 años. Ahora sabemos que hubo encuentros que produjeron descendencia híbrida. Solo una de las dos especies sobrevivió.

Un escribano Smith durante la temporada de cría en Alaska, EE.UU. Shutterstock / Agami Photo Agency

La prodigiosa vida sexual del ave que practica el amor libre

Manuel Peinado Lorca, Universidad de Alcalá

Estas aves tienen uno de los sistemas de crianza social más extraños. Viven en una especie de comuna en la que los machos incuban los huevos de sus rivales.