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Artículo destacado:

Hoy hace exactamente 200 años que Beethoven estrenó en Viena su Novena Sinfonía. Para la ocasión se diseñó una puesta en escena grandiosa en el teatro Kärntnertor, con músicos de distintas orquestas, profesionales y aficionados, hasta formar un grupo de 24 violines, 10 violas, 12 cellos y contrabajos, el doble de instrumentos de viento, además de un nutrido coro. Michael Umlauf, batuta en mano, coordinó a los músicos, mientras Beethoven marcaba los compases absolutamente desacompasado -estaba completamente sordo ya por entonces- y vestido con un frac de color verde chillón.

¿Sintió vergüenza? En absoluto. Como cuenta Santiago Iñiguez de Onzoño, presidente del IE University, ni siquiera vestido de aquella guisa y haciendo aspavientos con sus brazos en una sala llena de espectadores experimentó el más mínimo miedo al ridículo. Un ejemplo del que deberían tomar nota, dice Íñiguez de Onzoño, todos esos profesionales que en repetidas ocasiones experimentan miedo a hablar en público, o incluso a asumir responsabilidades, por el riesgo a equivocarse. Al fin y al cabo, las intervenciones mediocres siempre son oportunidades de aprendizaje, y desde luego no deslucen una vida entera.

Equivocarse, lo demostró Beethoven, es de genios. Piénselo por un momento: ¿acaso hubiera sentido vergüenza ajena de Beethoven aquella memorable noche de estreno de su obra maestra, hoy convertida en himno?

Salud,