La población mundial ya ha superado los ocho mil millones de personas, y con su constante crecimiento aumenta también su demanda de alimentos. Para satisfacerla, la agricultura se ve obligada a maximizar su producción empleando sustancias como los fertilizantes, que presentan un coste ambiental elevado: su fabricación y aplicación contaminan el aire, el suelo y el agua.
Reducir el uso de estos productos y buscar alternativas con un bajo impacto ambiental constituyen dos de los grandes retos actuales del sector, para los que la ciencia ya está buscando soluciones. Las normativas de los países, incluidos los de la Unión Europea, cada vez son más restrictivas con el objetivo de minimizar el uso de componentes no naturales aplicados en agricultura.
En particular, cuando se usan fertilizantes nitrogenados, como la urea, el cultivo solo asimila una fracción del nitrógeno. El resto pasa a las aguas subterráneas o vuelve a la atmósfera en forma de gases como el óxido nitroso, que tiene un efecto invernadero hasta 300 veces más potente que el dióxido de carbono.
Los fertilizantes basados en otro nutriente imprescindible para las plantas, el fósforo, también generan problemas ambientales. Su fabricación a partir de ácido fosfórico genera un subproducto, el fosfoyeso, a menudo peligroso y altamente contaminante.
Aunque la industria de los fertilizantes fosforados no está especialmente instaurada en España, en Huelva existe una gran balsa de fosfoyeso sobre las marismas del río Tinto que acumula aproximadamente 100 millones de toneladas generadas entre 1967 y 2010.
Las estrategias que se barajan para reducir el uso de estos productos tienen diferentes enfoques. Por una parte, se han desarrollado fertilizantes que se adaptan a las necesidades de las plantas, reduciendo sus pérdidas, y que pueden aplicarse además conjuntamente con ciertos microorganismos del suelo que ayudan a los vegetales a tomar los nutrientes.
Otra opción consiste en lograr variedades de los cultivos capaces de liberar moléculas a través de sus raíces que inhiben el crecimiento de los microorganismos que convierten los compuestos nitrogenados de los fertilizantes en nitrato, una sustancia que contamina las aguas subterráneas, ríos y mares.
Se estima que si se emplearan mundialmente variedades de trigo con esta particularidad podría reducirse hasta en un 15 % la necesidad de utilizar fertilizantes nitrogenados.
Otra alternativa es la aplicación agrícola de compuestos naturales extraídos de plantas, algas o fermentados biológicos, como la melatonina vegetal o fitomelatonina, que regula multitud de
funciones vegetales, como la germinación de semillas y el crecimiento y la maduración de los frutos.
Poner en marcha estas estrategias a nivel global supondría una reducción considerable de los impactos ambientales debidos a la agricultura, aunque para ello es necesario superar primero las barreras que aún existen a su implantación. Y tampoco podemos olvidarnos de que estas medidas no son suficientes por sí mismas y deben ir acompañadas por una revisión del actual modelo de consumo y producción de alimentos.
Salud,
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