Buenos días:

Probablemente le haya ocurrido después de pasar cierto tiempo en una región cuyos habitantes tienen un acento particular: al final, inconscientemente, se le acaba “pegando” su manera de hablar. Tiene una explicación. Las conocidas como neuronas espejo nos permiten imitar los matices fonéticos y melódicos ajenos, pero además influye nuestro deseo de integrarnos y la simpatía o admiración que nos inspiran nuestros interlocutores.

“Esta tendencia al mimetismo se puede ver incluso en el transcurso de una conversación”, explica el profesor de la Universidad de La Rioja Enrique Balmaseda Maestu en el artículo que da comienzo a este resumen semanal, donde analiza las diferencias entre acento y dialecto y aclara por qué no existe una sola manera de hablar correctamente una lengua.

En el caso del español, hay quien piensa que la forma correcta de pronunciarlo es la que coincide con la norma social dominante y se acerca más a lo escrito. Concretamente, se identifica con el habla de Castilla, del centro y norte peninsular. De esta forma, otras variedades pueden llegar incluso a ser motivo de mofa.

Pero, según el autor, tener un acento o hablar un dialecto no debería ser causa de vergüenza o discriminación, ni tampoco de orgullo. “Sobre todo, porque, además de ser natural, depende del azar biogeográfico”, argumenta.

Cada individuo, de hecho, tenemos nuestro propio “idiolecto” o manera personal de hablar que depende de muchos factores además del geográfico, como la edad, el sexo y el nivel socioeconómico. Si consideramos la lengua como un sistema abstracto e ideal, todos en realidad hablamos un dialecto que aporta riqueza al idioma, todos igualmente legítimos y útiles para la comunicación.

Salud,